martes, 27 de febrero de 2018

un hermoso viernes cualquiera

Qué quieres, me conoces. Soy un iluso, un cursi. Y tú cantabas esas palabras con fervor. Habías estado casi callada junto a mí y precisamente te pusiste a cantar esas canciones. A quién más podrías cantarle. 

Pero después de verte y escucharte cantar me puse triste. Lo notaste, sentí cómo me mirabas, y me preguntaste si estaba bien. Por qué si había imaginado que ese de la canción era yo me sentí de repente tan raro. Los dos sabemos por qué.

Y es que el terreno estaba preparado unas canciones antes: dame una noche de asilo en tu regazo, esta noche por ejemplo, dejemos al mundo fuera... prefiero una noche entera en vela a tener el alma en vilo... yo te daré lo que tengo, este amor que no me explico, pasan los años y sigue a espaldas del tiempo... prefiero lamer después mis heridas a que tu amor pierda filo. Cómo no pedir lo mismo. 

Ya ves que pedir no empobrece a nadie, menos a los ilusos, y... quien quita. 

Los sueños de alguien feliz al lado de su persona. La felicidad de poderle hablar de todo a quien te conoce todo, a quien te ha mostrado tanto, a quien te sigue haciendo tan feliz cuando sonríe.

Espero no tardarme tanto en arreglarme el alma.



lunes, 26 de febrero de 2018

"poetas" y locos



Decía hace poco que ahora cualquier idiota se siente poeta, porque con eso de que todos tenemos algo de poetas y locos, pues estos dechados de poesía tienen que plasmar las insípidas y choteadas letras que las musas les llevaron a través del plagio y la repetición de otros poetas del internet.

Creo que no exageraría si dijera que hay miles de frases que redundan en una misma idea: repetida, rebuscada, interpretada o malinterpretada, plagiada. Ahhhhh, pero es que cada alma poética debe decir eso que siente, y como se trata de un ser único e irrepetible pues debe plasmar la mierda que se le desparrama por todos los poros.

Uno de estos ilusos se nombraba “el poeta prohibido”. Y al leer su basura sólo piensas en obsequiarle las definiciones de prohibido y de poeta para que al menos tenga a mano la información que le haría ver lo imbécil que se ve nombrándose así. He visto recién alguna postal suya compartida y veo que ya no lo hace, imagino que alguien más (juro que no yo) se habrá burlado del ridículo apodo.

Es que en este mundo de Kardashians y Malumas donde todos quieren ser famosos sin tener un mínimo de talento ni hacer algo que valga la pena, es lo más lógico, sólo que un amargado de mi tamaño no puede entenderlo. No puedo entender la belleza de reescribir una basura repetida hasta el cansancio y ponerle mi nombre abajo, como si de La noche estrellada se tratara.

Pero es que bien dice Iñárritu en Birdman: la fama es la prima puta del prestigio.


Pocas horas después de que terminara de escribir esta diatriba, mi querido amigo, el escritor Gavrí Akhenazi, publicó en su blog algo hermanado con mis letras como si hubiéramos ido a las portátiles luego de un palabreo feliz acompañados de unas buenas cervezas. Él, más claro y menos rebuscado, con un toque de ironía para que usted sonría. Aquí el fragmento:

Cuando estoy solo me gusta leer. Leo o escribo. Generalmente leo. Es un vicio insoslayable. Por el mundo, voy y vuelvo con libros. Eso del tacto sobre papel y el olor a página en el bulbo olfatorio es un hecho inefable. Hay una cierta ebriedad en lo de estar sumerso en ese combo que es, también, parte esencial de la literatura. 

Suelo leer en la Red.  Algunas veces lo hago con fruición y la mayoría, con espanto.

Las editoriales sostienen que “la poesía” o sea, editar libros de poemas, ya no reporta ningún tipo de beneficio económico porque nadie lee poesía y la poesía actual es un sujeto extraño, un sujeto social que pinta a un hombre momentáneo, que ha perdido su trascendencia y se limita a una satisfacción mezquina y primitiva. «Teta, concha, culo, sufro», suele decir uno de mis amigos, filósofo y escritor paraguayo*. 

En realidad, todavía quedan ghettos en la Red de buena poesía a los que las plataformas sociales no han terminado de avasallar con sus tsunamis de hobistas poéticos. 

Si las editoriales debieran apoyarse en los criterios de la Red, la poesía sería la primera literatura en el ranking de ventas, luego de las frases de autoayuda sobre estampas de paisajes en un compossé sentimental, por aquello de que la imagen vale más que la palabra.

Hay más poetas que hongos. Los hongos por lo menos no se dicen hongos a sí mismos. Los poetas sí y los que los rodean, también. Eso es lo peor. Cualquiera es poeta según la Red.

Con ese criterio estadístico, las editoriales tendrían material para recuperar viejos esplendores temáticos, inundando el mercado de libelos espeluznantes que seguramente venderían tanto como «Cincuenta sombras…» y competirían de igual a igual con horrísonas sagas de vampiros, zombies y otros espantos que harían huir a Mary Shelley con los cabellos en llamas y a Lovecraft revolcarse en su tumba.

¿De qué modo la poesía escrita no vendería si cuatro azarosas palabras copy paste de miles de igual tenor, cosechan likes por carradas? Todos esos fervientes y dispuestos seguidores del poeta en cuestión, deberían correr a comprar sus libros, dada la inconmensurable cantidad de alabanzas que sus aportes a los muros de las redes sociales reciben como maná virtual.

*Silvio Manuel Rodríguez Carrillo.

viernes, 23 de febrero de 2018

en la jungla


El reino del internet es absurdo, más que el reino de Redonda pero por ahí va la ecuación. Es una jungla dispar donde conviven los más grandes hallazgos personales con las más ridículas noticias falsas (una fotografía de Charles Bukowski joven o un artículo que afirma que la universidad de no sé dónde descubrió que el limón con carbonato es más potente que 500 quimioterapias), esas ahora tan de moda pero nombradas en inglés, por aquello de la buena reputación:  “fake news”.

Es un territorio de mala muerte que tiene sus callejones gloriosos donde puedes encontrar capítulos de esa caricatura que veías en tus inocentes años en el kindergarden, haciendo esquina con el santisísimo Youtube, con precisas instrucciones para hacer casi cualquier cosa o la canción que tanto te gustaba y de la que no sabías el nombre pero recuerdas el estribillo.

Una de las cosas más abundantes en este mundo virtual de la ciberdiversión combatesoledad son las frases. Las frases, en su mayoría ridículas, sobre amor, superación, fortaleza, amor propio y demás necesidades del solitario espécimen del siglo XXI.

Y entre estas caricaturescas máximas me llaman la atención rudimentarias sentencias que son atribuidas, por ejemplo, a Julio Cortázar. Y por dios (sí, a veces todavía lo invoco en mis dichos), que cuando yo leo esas risibles expresiones no puedo concebir que el cronopio mayor las pudiera haber dicho ni en un estado de peda descomunal.

Pero qué hacemos, estos tiempos también se caracterizan por la difusión del material –cierto o falso–  de escritores (sobre todo frases), pero no por sentarse a leerlos. Porque eso de leer es perder el tiempo en un tiempo en que la inmediatez es un valor más poderoso que el dinero. O casi.

La cosa es que yo no me creo que esto lo haya escrito Cortázar. Aunque quizá sí lo hizo, y es algo al alcance de la mayoría.


miércoles, 21 de febrero de 2018

las comas


Creía que la coma era el signo más fácil de colocar, de hecho creo que cuando uno aprende puntuación es el primer signo al que se enfrenta. Y quizá no sea el signo más fácil pero sí el más popular. Es el que vemos en todos lados, seguramente de ahí viene su lugar en la enseñanza. También es el que tantas veces se omite.

Pero la coma además de usar la función para la que fue diseñada usurpa funciones de otros signos que se quedan relegados, como el punto y olvidados por completo como el punto y seguido.

A veces cuando escribo batallo mucho más de lo que debería con este pequeño carácter. Lo escribo en un lugar de la oración pero al releer se ve totalmente fuera de lugar. Vuelvo a leer y vuelve a leerse mal, y así en cada relectura siguiente. Bueno, que lo que más me corrigió Gavrí para el libro fueron comas, y se queda uno con cara de imbécil pensando cómo es que no se dio cuenta de que la coma queda mejor donde te han dicho que donde la habías dejado tú. ¡Pues si lo he releído varias veces! Te hace pensar que a veces se movieran las malditas por puro joder.

Pareciera tan sencillo su uso cuando se explica en esas difundidas postales sobre cómo cambia una oración con y sin ella, o en aquella célebre explicación que da Cortázar. Pero no es así.

Ahora las respeto más, eso es seguro.


domingo, 18 de febrero de 2018

La soportable obsesión de las casualidades... amorosas

Parece que la musa que me ayuda a poner las palabras en orden se había ido a dar la vuelta con algún sátiro de buenas manos, porque aunque había sentido ese deseo de escribir sobre esto, no encontraba la manera de hacerlo. Éste, el que tecleo ahora, es quizá el tercer o cuarto intento por poner en palabras eso que quería decir.

Ahora, creo que podría hablar de las casualidades. Creo que es un tópico al que recurren tanto Javier Marías como Milan Kundera, autores de los libros que leí, uno tras el otro en el orden en que he nombrado a sus creadores. Los libros: Los enamoramientos y La insoportable levedad del ser.

Mientras leía otro libro que ahora no recuerdo, aunque ahorita me llega el flashazo de que quizá era Escritos de un viejo indecente, mi querida amiga Mrs. Sofía en su blog Pienso, luego escribo –mantra con el que comulgo– escribió una reseña sobre el libro del autor checo. Luego de nuestro intercambio en su blog coincidimos en lo prudente que sería que leyera el famoso libro. Le dije que lo haría, pero que antes tenía esperándome Los enamoramientos

Varias semanas después, habiendo ya leído la obra de mi admirado señor Marías y metido hasta las narices en esa levedad de los seres, me pareció demasiado afortunada la casualidad de haber leído primero Los enamoramientos y luego La insoportable levedad

Creo que precisamente cuando se habla sobre las casualidades que ha decidido ver Tomás para considerar que su encuentro con Teresa ha sido una especie de encuentro cósmico, es algo parecido a lo que dice María Dolz sobre nuestro empeño por encorsetar hechos triviales y vestirlos del brilloso traje de las casualidades para creernos que con esta nueva persona con la que hemos coincidido estamos destinados a tener algo más que un acelerado latir del corazón que desea tener a alguien a quien regalar flores en San Valentín. 

Parece que la traviesa musa o mi angelito de la guarda vinieron a guiarme las palabras, porque he tecleado algo que al menos satisface mi deseo por hablar de ambos libros en una misma entrada, que es lo que quería hacer desde un principio.


Los enamoramientos es la para mí hipnótica prosa de Marías con su primer narradora, contando la intrincada y amatoria historia donde María pasa de simple observadora a personaje secundario y quien podría cambiarla por completo. El cruce entre deseos, obsesiones, amores y amantes, suspicacias, reflexiones y muerte. Con la aparición del enigmático Ruibérriz al que los asiduos al madrileño conocemos bastante bien.

A diferencia de mi amiga Sofía, he disfrutado muchísimo del libro de Kundera, en el que muestra que la vida se asemeja a las pinturas de Sabina, con algo escondido tras lo evidente. Creo que si algo nos define como especie es lo contradictorios que somos, incluso irracionales en muchos casos aunque nos pasemos pregonando lo contrario.

Y bueno, hay hechos que se cruzan en nuestro camino y que cada uno decide si ver o no como una casualidad. 


viernes, 16 de febrero de 2018

Gritar muy fuerte


Todos estamos sedientos de amor, no podría ser de otra manera. Queremos querer a alguien que nos quiera aunque a veces con querer a alguien nos conformamos. 

El amor o lo que se supone que es el amor nos rodea a cada instante: en las canciones que suenan en la radio o en nuestros reproductores personales, en las películas que vemos en el cine, en la película pirata que compramos o en la que reproducimos también ilegalmente por internet (bueno, que esas películas sobre el fin del mundo no tienen sentido si no les enjaretan un forzado romance de almas gemelas instantáneas). 

Las frases que inundan las redes sociales también son casi todas de amor en todas sus vertientes: desamor, despecho, amor no correspondido, amor mal correspondido, supuesto amor propio; y lo más anhelado aunque quizá más falso también: amor ideal. Y su falsedad no es debido a lo que muchos atribuirían como, digamos, la utopía del amor, sino porque el grado de enamoramiento (apendejamiento) de quien postea las frases lo hace creer que la relación en la que está metido es de un amor puro y celestial, y su ser amado es perfecto en toda su imperfección.

Y si bien ese enamorado no se cansa de gritar por todo el ciberespacio lo feliz que es junto a su significant other (me gusta mucho esa expresión anglosajona), quien carece de las mieles de la reciprocidad amorosa parece no cansarse tampoco de gritar, aún más fuerte, lo feliz que es sin la necesidad de tomar la mano de nadie en ningún lugar, ni de dar ni exigir un tequiero diario junto a esas caritas que besan con un corazón saliéndoles de la boca. 

Dicen quienes se creen sabios que nunca debes dejar que los demás te vean llorar, así parece que también debe ser con el amor, que nadie sepa cuánto anhelas amar y ser amado, bueno, tener a alguien para que te acompañe a la boda de la tía que creíamos que ya no se casaría. Ahora no sabes que es mejor, ser parte de su club de solteronas o que tengan un estúpido argumento para señalar que a pesar de tu edad todavía tienes chance de no quedarte sola. Que nadie sepa lo solo que estás ni cuánto desearías encontrar una persona común que te quisiera. Sólo eso. 

Se llora en soledad y sin testigos, se anhela igual, pero se guarda con mayor fervor la secrecía.