Si recorres el pasillo de los juegos de
mesa en cualquier juguetería o centro comercial, te encontrarás con las
versiones premasticadas y fáciles de digerir de antiguos y clásicos juegos de
mesa. Versiones light, ahora más fáciles
de jugar, con varios modos de juego;
menos complicados, más simples, que te retan menos, que hacen juego con el
insustancial mundo Kardashian que habitamos.
La verdad es que no sé si sean más divertidos
(lo dudo, pero podría ser) porque en su mayoría no los he jugado, pero creo que
cualquier persona adicta a la inmediatez de las redes sociales y el internet de
alta velocidad los disfrutará. Sobretodo los niños que manejan una tableta
antes de cumplir dos años como nunca la manejará mi madre. Esos niños se
aburren si no tienen las cosas fáciles.
Y cada quien jugará como mejor le parezca
–algunos prefieren no jugar a nada–, realmente no me importa como jueguen los
niños actuales, el problema es que dejen de vender las versiones clásicas de
los juegos y sólo ofrezcan estas adaptaciones sin chiste.
Porque yo no quiero un Maratón con
opciones de respuesta, ni las muchas opciones de Monopoly o Turista que no
duran más de media hora, o el Clue con tarjetas para hacer trampa y averiguar
cosas.
Aunque me pregunto si después habrá
alguien con quien jugar.
Dice Isaac Belmar en la última entrada de su blog, un
blog sobre escritura que me gusta leer: leerse
me parece un acto de onanismo extraño. Habría que discutir con los
onanistas profesionales qué clase de actos entrarían en la categoría de
extraños, pero el compañero Isaac ha puesto ahí al acto de leer lo que uno
escribe.
Yo que he sido un entusiasta de la masturbación y un
narcisista profesional puedo ver entonces por qué disfruto de leer las cosas
que he escrito hace tiempo. Además le encuentro mucho sentido al hecho de
comparar la lectura de los escritos propios con la búsqueda del autoplacer
sexual.
Y es que la escritura de una bitácora virtual que puede
perdurar por los siglos de los siglos amén, si es que ese es tu deseo o tu
descuido, permite que lo que has escrito en cierto momento x de tu vida se
quede ahí para tu onanismo posterior o tu vergüenza ridícula, para la burla o
la admiración ajena y para que si tienes la suerte de estar aquí 15 o 20 años
después, puedas dar rienda suelta al onanista gusto, lleno de nostalgia y lindos
recuerdos.
Yo, que ya he dicho que tengo alma narcisista, dejaré el
blog flotando en el ciberespacio para la eternidad o hasta que el juicio final
nos alcance, espero le toque flotar junto a alguna buena página erótica al lado
de Carla Brown o Nikki Sims. Pero también junto a los blogs de mis amigos, con
los que está irremediablemente hermanado.
Pero qué quieren amigos, si ya lo dice el protagonista de
El ciudadano ilustre: para escribir
sólo hace falta lápiz, papel y vanidad.
Y es que aunque uno no quisiera, hay un acto de onanismo
necesario, en la relectura y la corrección, porque hay que seguir ciertas
pautas. Eso también.
Pero, pese a todo, contra todo, y a pesar
de todo, creo que lo que buscamos en esta vida es el amor. Porque así nos
adoctrinaron y porque queremos querer a alguien que nos quiera. ¡Eureka! Quién,
despojado de toda hipocresía y máscara podría decir que quiere estar solo. Que
ese es su deseo. Queremos a alguien para al menos intercambiar las obviedades
de todos los días, y aunque estemos viendo que va llegando le digamos
preguntándole: ¿ya llegaste?, y ella responda con otro dato cualquiera que
desenrolla el cordón de una intrascendente conversación llena de sentido y
sigan llegando diálogos comunes de lugares más comunes; que si había mucho
tráfico y todos manejan como enajenados, o que si mucho calor o demasiado frío
y que quizá mas tarde llueva así que no olvidemos meter la ropa, y que esa
playera que tanto te gusta ya está tan vieja que el día que no te lo imagines
ya la he tirado, pero no te atrevas porque a pesar de las deshilachadas mangas
me encanta y hay quienes la miran con asombro, es fantástica, no es asombro es
lástima por lo vieja que está, y pensarán que no tienes para comprarte una
playera. Y terminar en una risa cómplice o burlona, da lo mismo, es el mejor
final, el mejor comienzo y el mejor todo. Y que alguien conozca todos tus tipos
de risa es una maravilla no una exageración. Y las bromas de pedos nunca
pasarán de moda a menos que seas el peor amargado posible, y en ese caso mejor
mátate, sé coherente.
Aunque soy fanático de las películas animadas, de las buenas películas animadas, hay que decir, porque la cosa no es sólo ver películas "de caricaturas", y aunque podría seguir viendo cientos de veces más Ralph el demoledor, alguna del Kung fu panda o cualquiera de Pixar; Mulán, Dumbo, Aladdin o La espada en la piedra. Hace algún tiempo he empezado a ver con Gil las películas que me gustan, las que él puede ya ver. Tengo una lista enorme y un estante lleno también.
Hace ya algunos años que nos chutamos las de El señor de los anillos, le encantaron. Luego vimos todas las de Harry Potter, con mis comentarios sobre las cosas que son diferentes en los libros. Y hace no mucho vimos Danza con lobos y Robin Hood con Kevin Costner, Un gran chico, El tigre y el dragón, Dan en la vida real y El gran pez, que igual que a mí, le encantó. También ya vimos todas las de X-men :D.
Pero la que le ha gustado más fue Corazón valiente. Creía que le iba a gustar mucho pero le ha gustado más que eso. William Wallace se volvió uno de sus ídolos.
Ahí tengo aguardando La vida es bella, Cinema Paradiso, Billy Elliot y algunas otras más. Porque quiere ver el universo de Marvel antes de ver la siguiente de Vengadores. Y no ha visto muchas de ellas.
Claro que seguimos viendo películas animadas e infantiles, pero también podemos compartir mi cinefilia que se está volviendo nuestra.
Este fin de semana terminamos de ver de nuevo la trilogía de El señor de los anillos, sólo que esta vez fueron las versiones extendidas.
Que soy un anticuado, sí, lo soy. Que
tengo gustos de anciano. No creo. Sería más preciso decir que no me dejo
deslumbrar por modas y tendencias. No dejaré de escuchar a José José así hagan
cientos de covers u homenajes y le pongan “arreglos” modernos o vanguardistas a
canciones que son clásicos, y que como clásicos no necesitan que nadie les meta
mano; mucho menos un artistilla pedorro de moda.
Y sigo prefiriendo pasar horas jugando un
juego de mesa que pasarlas con el teléfono en las manos viendo mierda o jugando
en el aparato. Lo malo es que los demás si le han tomado demasiado amor a sus
teléfonos y aunque sí quieren jugar (Scrabble, Risk, Clue, Damas chinas o algo
más) se niegan a dejar el puto celular mientras jugamos. Y bueno, al menos
juegan, aunque haya que avisarles cada que les toca tirar los dados o pensar un
poquito en la posibilidad de una palabra.
No sé cuántas invitaciones de Candy crush
tengo que no he respondido porque no me interesa jugar esa mierda que dicen es
tan adictiva. Y siempre será mejor traer un libro en el bolsillo trasero del
pantalón para los minutos de espera. Nada nunca podrá superar las ventajas de
un buen libro.
Pero bueno, ya tengo Facebook. Y aunque
creo que tiene ocho cosas malas por dos buenas, se puede ignorar lo que no te
agrada y disfrutar de esas dos que hacen que valga la pena pasar los ojos por
cosas que no te crees. Que puedas encontrar a alguien de hace muchos años y que
le lleguen tus letras y tus histerias es lindo, más cuando te lo hacen saber.
La vanidad por delante. Y también llega a haber un meme realmente gracioso que
te hace reír sonoramente, y eso también se agradece.
Muchos dicen que tengo alma de viejo, o
serán sólo los gustos. No sé, estoy bien así. O sólo soy un amargado, como
decía Tamara. Un hombre gruñón que se la pasa quejándose de las cosas que han
cambiado y que no me parecen. Pero de algo hay que quejarse, ¿no?
Nos dice Damien Chazelle, a través de Terence
Fletcher, el gran personaje que escribió para su grandiosa Whiplash, que: no existen dos
palabras más dañinas para alguien que “bien hecho”, y explica su argumento
de manera que no nos quedan dudas, y sorprendidos le damos la razón. La
sorpresa viene del hecho de no haber pensado sobre ello nunca en la vida.
Esta postura tan realista choca totalmente
con la filosofía charlatana de las conspiraciones universales y el pensamiento
positivo, de lo especial y maravilloso que es cada ser humano, que está tan en
boga en estos días.
¿Cómo podría mejorar quien cree o le hacen
creer que lo que ha hecho está “bien hecho”? ¿Cómo no sentirse casi genio
siendo un mediocre? Y a veces mediocre es decir demasiado.
Es que el hombre tiene razón.
Pero cuando tienes un hijo, te hace mucho
más ruido la contundente frase, porque cómo podrías no decirle a tu hijo que es
maravilloso o que eso que ha hecho con su esfuerzo no es algo bueno o que no
está bien hecho. Serías un titulado hijodeputa si le dices que lo que hizo es
feo y está mal.
La cosa es que tratas de apoyarlo y de
hacerlo sentir bien, deseas con toda tu alma que su autoestima se construya y
se fortalezca, porque además sabes (en mi caso) que el pobre niño ha salido
igual a ti y eres perfectamente consciente de lo inseguro y temeroso que eres.
Es cierto que la sentencia del señor
Fletcher/Chazelle me dejó pensando. Cuánta razón tiene. Pero creo que el tiempo
de prescindir de todas las variantes del “bien hecho” todavía no me llega con
Gil.
Mientras, espero seguir apoyándome en la
filosofía de mi querido Kung fu Panda: No
hay un ingrediente secreto. Lo necesario ya viene dentro.
Mi madre siempre nos habló pestes de los
gatos. Creo que llegó un momento en que en verdad los consideré emisarios de
Satanás, seres malignos con infames intenciones. Lógicamente, enemigos de los
perros, tan buenos amigos nuestros.
Mañana hará dos semanas en que vi por
primera vez a ese gato pardo asomado por la ventana mientras escribía. Voltee
por la necesidad que se siente de mirar quién te está clavando la mirada en la
nuca, aunque pocas veces se sabe que es por eso. Me sorprendió ver un gato. Un
gato que me miraba con curiosidad científica, su mirada imperturbable. Me quedé
mirándolo unos segundos. No le tomé importancia y regresé a teclear esas
palabras que me estaba costando tanto trabajo acomodar. Unos minutos después
viré la cabeza otra vez para ver si el visitante permanecía en su sitio, ya se
había ido.
Seguí peleándome con las palabras y los
enunciados. A veces la batalla dura mucho más de lo que quisiera, y no sirve de
nada distraerme un poco con una revista o redes sociales, al volver al procesador
sigue el amontonamiento en mi cabeza. Pero mientras lidiaba con los vocablos
volteaba cada determinado tiempo para ver si el felino visitante había
regresado. Fui consciente de hacerlo la tercera vez que giré mi cuello sin
encontrarlo.
Tres días después estaba sentado frente a
la computadora nuevamente. Ahora las palabras fluían con relativa facilidad,
sólo me demoraban mi dislexia y mi obsesión, que me hace regresar sobre el
párrafo hasta cambiar el orden de las letras mal puestas. La mirada del minino
estaba puesta otra vez sobre mi cuerpo sentado, me estaba mirando cuando voltee
a verlo tras sentir que debía hacerlo. Nuestros ojos coincidieron un rato hasta
que decidí seguir, no fuera a ser que las celosas palabras vieran con malos
ojos mi atención en otra cosa.
Pero esta vez el pequeño animal decidió
quedarse más tiempo ahí junto a la ventana, acompañándome. Las tres veces que
volví a girar la cabeza hacia donde reposaba lo encontré haciendo lo mismo.
Creo que le sonreía cuando nuestros ojos volvían a coincidir.
Debe ser una sugestión mía, nuestras
mentes son tan débiles y fácilmente confundibles, pero hace dos días que no
aparece el maldito gato y no he podido escribir. Por más que trato de darle
vuelta al asunto e intentar concentrarme, no puedo hacerlo. Volteo y volteo
cada cinco minutos hacia la ventana sin encontrar a quien había bautizado como
Buk, en honor a mi admirado Hank.
Pero no aparece Buk, ni tampoco un párrafo
decente en mi página virtual. Y eso que compré una lata de Whiskas y se la
serví en un platito. Tampoco mi madre me ha venido a visitar.
Hace algunos domingos, estando solos Gil y
yo, disponíamos de poco más de una hora para que tuviera que llevarlo a casa de
su madre. Nos encontrábamos sin tener qué hacer ya que nuestros lupillos estaban
ausentes. Tampoco había nadie en casa de mi tía Chave. Tras pensarlo un rato,
decidí que fuéramos al parque que está atrás de casa de mi tía con las canicas
que había comprado con anterioridad. Recordé que las traía en el coche.
Resultó ser una gran idea. Pasamos un rato
muy divertido jugando a las canicas, sólo los dos, como tantas otras veces
jugué a eso con mi hermano.
En el lugar donde jugábamos hay un módulo
de juegos que instaló el gobierno local hace algunos años en todos los parques
de la ciudad. Tiene resbaladilla, columpios y una cuerda cuadriculada para
subir a la parte superior, desde donde se tira uno por la resbaladilla. Tras
varios juegos de canicas ideamos otros más usando el módulo de juegos que
estaba junto a nosotros.
Nos divertimos más cuando aventábamos las
canicas por la resbaladilla desde abajo, las lanzábamos a la parte superior y
éstas al bajardanzaban sobre la
superficie cilíndrica del juego haciendo diversas piruetas. Debajo dibujamos
varios círculos en la tierra esperando que las canicas cayeran dentro de alguno
de ellos. Cada círculo tenía un valor distinto.
El cielo de la fotografía es de ese
afortunado día. De esa feliz tarde. En que con sólo unas cuantas canicas
pasamos un momento muy feliz, juntos.
He dicho en el texto anterior que el abuso de poder/sexual es una cuestión de naturaleza humana, no de naturaleza de los varones. O sea que estoy también diciendo que las mujeres no se libran de tener la despreciable conducta. Sólo que, siendo los hombres los seres sexuales que somos, hay muy pero muy pocos hombres que se quejarían de ser acosados sexualmente por una mujer; porque dicen por aquí: a quién le dan pan que llore. Y el porcentaje de mujeres abusadoras debe ser mucho menor que el de hombres.
La cosa es que casi todos nosotros estaríamos de acuerdo con la premisa. Y en caso de saber de algún colega que se quejara o denunciara el hecho todos pensaríamos que se trata de un pendejo: ¡pero cómo puede quejarse de eso!
Recuerdo que unas compañeras maestras no entendían la posición que teníamos algunos hombres al saber que había una maestra que elegía a algún alumno para tener sexo con él. El chico estaba feliz y supongo que sus compañeros inflamados de envidia: ojalá hubiera sido yo el elegido, pensarían. Qué suerte tuvo.
Pero también, el conocimiento de esta situación hace que algunas mujeres abusen de la condición de supuestamente débiles por cuestion de su sexo. Creo que todos estamos conscientes del poder que tiene un adecuado pestañeo; o como diría mi tía: jalan más un par de pelos que un par de bueyes.
Cuando una mujer te manosea, te da una nalgada por ejemplo, es motivo de risas, de burlas y si te llegas a quejar eres un maricón. Hablo de un manoseo público, frente a otros. Creo que todos sabemos lo que pasaría si un hombre decide hacer la misma broma que su compañera. Ella es graciosa, él un depravado.
Escribía hace ya más de tres años que todos los hombres tenemos un cerdo dentro –aunque tomando en cuenta la opinión de Woody Allen que dice que el sexo sólo está bien hecho cuando es sucio, debe servirnos recurrir al cerdo interno–. Qué podemos hacer, diosito en su inmensa sabiduría así nos hizo. A su imagen y semejanza decía el padre de la iglesia. Y entonces uno se explica muchas cosas.
Blasfemias aparte, tenemos un instinto que dicen, nos hace pensar en sexo cientos o miles de veces al día –pero hasta en eso hay diferencias–, que nos hace voltear a admirar un magnífico cuerpo a pesar de ir acompañados o que miremos abstraídos un llamativo escote como si del Santo grial se tratara*. Aunque cualquier mujer podrá corroborar que no todas las miradas son iguales.
Así somos, lujuriosos de cuna. Pero el problema es que los medios (de todo tipo) de esta sociedad no han hecho otra cosa que alimentar al cerdo desde que era pequeño (tenemos tetas y culos por todos lados y a todas horas), y el cerdo se ha puesto enorme y está nutrido.
Alguien ha dicho que la segunda droga más adictiva que existe es la heroína, porque la primera es el poder. Ejemplos hay por todos lados. El poder cambia hasta a los más castos y atolondrados.
Y, si todos tenemos el gen del cerdo dentro, pero no el sentido común para disimularlo a niveles en que podamos convivir con el sexo opuesto sin resultar una severa molestia –de miradas furtivas y contemplaciones mínimas–, imagínense un cerdo, bien cerdo, y además, con poder.
Pues... ahí están todos esos abusadores sexuales de los que apenas se conoce a unos cuantos, que creo no representan ni al 10% de los nombres públicos. Los poderosos cerdos que creen que pueden meter las manos y más donde se les antoje.
Ahí está el botón de muestra de nuestra naturaleza despreciable. El abuso del débil, el abuso de poder. El del rico y poderoso que se cree con el derecho de hacer lo que sea porque cree también que puede comprar lo que sea. Y muchísimas veces sí puede. Compra silencio y compra justicia.
*"Cómo puede ser que me esté fijando en el busto y los muslos de Luisa Tellez", pensé. Sé que es normal en mí y en muchos otros hombres en cualquier circunstancia, aunque sea la más triste o más trágica, no podemos evitar el aprecio visual mas que violentándonos mucho, pero me hizo sentirme como un miserable –en el habla de la adolescencia un guarro– y aun así volví a medirle ese busto con la mirada, fue un instante o dos, y disimuladamente, con ojos tan velados e hipócritas que a continuación los bajé hasta mi plato y comí un bocado...