Cuando era niño, siempre pasábamos la
navidad en casa de mis abuelitos (mis abuelos maternos, la otra, era la casa de
mi abuelito Chucho, porque mi abuelita ya había muerto), y era uno de mis días
favoritos en el año. Llegar alrededor de las siete de la noche, con una piñata,
y lo que le hubiera tocado llevar a mi madre. Una vez que todos estuvieran,
comenzar a romper las 7 u 8 piñatas, entre cantos y risas. Siempre con los ojos
vendados, al ritmo del “dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes,
pierdes el camino”.
Después de barrer los tepalcates que
habían quedado, ya todos con su botín de dulces y cacahuates (tenía varios
primos más grandes y más avispados, además era yo muy enclenque, como para
poder pelear por una buena cantidad de dulces, pero me contentaba con los que
lograba juntar), pedíamos la posada. A mí siempre me ha gustado estar afuera y
ser de los que piden la posada en el nombre del cieeeeeeelo. Para una vez
dentro de la casa, arrullar al niño y rezar la letanía (a dios gracias mis tías
no son de rezar rosario en las posadas). Luego los regalos: el intercambio de
regalos, que básicamente era el único regalo, porque los de nuestros padres ya
nos los habían entregado en nuestra casa.
Luego de todo esto, pasar a cenar: el
delicioso Bacalao a la vizcaína de mi abuelita, también Romeritos y Revoltijo,
casi nunca pavo o pierna. Y así, entre deliciosa comida, cervezas, tequilas y
ponche con o sin piquete, y muchas risas entre pura gente querida, la Nochebuena
nos acompañaba a ser felices, hasta que decidiéramos terminar esa bella noche.
Entre más crecimos más fue el desvelo, hasta que a veces, los rayos del sol nos
encontraban aún de pie, aún contentos, y, un poco o un mucho ebrios.
Lo mejor de todo, era que después de
navidad, mis hermanos y yo nos quedábamos 4 o 5 días más en casa de mis
abuelitos, y pasábamos días muy felices al lado de nuestros primos y nuestros abuelitos, jugando todo el
día, como los niños afortunados pueden hacer.
Eran días de pura dicha y felicidad. Días
de infancia y navidad. De juegos y más juegos. Pero como todo lo bueno, también
se acabó. Así es esta puta vida.